12.3. Colonialismo y racismo

A medida que progresaba el abolicionismo, dejó de ser necesaria la justificación de la esclavitud, pero empezó a ser imprescindible encontrar una excusa a la colonización. En ese sentido el evolucionismo positivista será la teoría que permitirá el dominio blanco sobre el continente africano. El negro dejó de ser el animal para convertirse en el primitivo, el salvaje o, en el mejor de los casos, el niño necesitado de tutelaje. Por ejemplo, el boer Jan Smuts pronunciaba una conferencia en Oxford en 1929 en la que afirma que el negro es tan infantil y alegre que se le puede considerar un “tonto feliz”:

“El africano es un tipo humano con algunas características maravillosas. En buena medida ha seguido siendo un tipo infantil, con una psicología y un aspecto infantiles. Un ser humano tipo infantil no puede ser una mala persona porque ¿no nos mostramos dispuestos en los asuntos espirituales a ser como niños? Tal vez como resultado directo de este temperamento el africano es el único ser humano feliz con el que me he topado.” (Mamdani, 1998)

El médico y filósofo franco-alemán Albert Scweitzer, lo dijo de otra manera:

“El negro es un niño, y con los niños no se puede hacer nada sin autoridad.” (Mamdani: 1998)

La ideología colonialista convirtió a los negros en niños que nunca crecen. Esto se refleja en la forma en que el blanco se dirigía al negro en las colonias, llamándole boy, muchacho. Hasta hace poco, en muchos sitios del Sur de EE.UU., el negro era el boy, independientemente de su edad, de tal manera que un blanco de 18 años se dirigía a un negro de 60 llamándole boy.
El antropólogo francés Levy Bruhl (1857-1939) atribuirá a los negros una mentalidad “prelógica”. Estos pueblos se hallarían en las primeras etapas de la evolución, por lo cual merecían ser llamados “primitivos”.
Influido por el evolucionismo darvinista y la idea de “pueblos prelógicos”, Arthur Gobineau llegará a afirmar:

“La variedad negra es la más baja y ocupa los peldaños inferiores. El carácter animal dado a su forma básica le impone su destino desde el instante mismo de la concepción. Nunca pasa de las zonas más restringidas del intelecto… Si sus facultades reflexivas son mediocres o incluso inexistentes, sus deseos y, por consiguiente, su voluntad poseen tal intensidad, que a menudo resultan terribles. Muchos sentidos se hallan desarrollados en ella con un vigor desconocido en las otras dos razas; sobre todo el del gusto y el del olfato. Precisamente ese afán de sensaciones es el que nos demuestra de manera más primaria su inferioridad”. Gobineau, 1884.

En su “análisis” Gobineau arremete contra las sociedades negras:

“Las costumbres de esas poblaciones parecen ser las más brutalmente crueles. La guerra de exterminio, esa es su política; la antropofagia, esa es su moral y su culto. En ninguna parte, puede uno ver ni villas, ni templos, ni nada que indique sentimiento alguno de sociabilidad. Es la barbarie en toda su fealdad, y el egoísmo de la debilidad en toda su ferocidad”.
“Las bestias feroces parecen de una esencia demasiado noble para servir de punto de comparación a estas tribus horribles. Los monos bastarán para representar la idea de la psquis, y en cuanto a la moral, uno se considera obligado a evocar el parecido con los espíritus de las tinieblas”. Gobineau, 1884.


El racismo fue la ideología empleada para justificar las acciones de dominación colonial de finales del s. XIX y principios del XX. La Conferencia de Berlín de 1885 legitima el “reparto de África”. Doce países europeos, el Imperio Otomano y Estados Unidos se consideran con derechos territoriales exclusivos sobre el contienente africano, ignorando a los pueblos que lo habitaban. El rey Leopoldo II de Bélgica toma el Congo como una propiedad privada imponiendo un régimen esclavista y genocida. Francia arrasa en 1893 la ciudad de Tombuctú destruyendo su cultura varias veces centenaria. También será Francia la responsable de la conquista y destrucción del Reino de Dahomey (1894) o de Madagascar (1895). El Reino Unido conquista y destruye el Reino de Benín (1897), mientras que el empresario y mercenario inglés Cecil Rhodes se apropia del cono sudafricano. Francia y España que convierten a Marruecos, mediante la Conferencia de Algeciras (1906), en un “protectorado”. La matanza por inanición y envenenamiento del agua de los pueblos Herero y Namaqua en el Desierto de Namib, entre 1904 y 1907, por parte de los colonizadores alemanes, y que ha sido considerado como el primer genocidio del siglo XX.
El acta surgida de la Conferencia de Berlín de 1885 estableció el reparto de las colonias en África, pero excluía a los africanos de la esfera de los derechos del hombre. El Estado colonial se creía en el deber de civilizar los territorios colonizados, monopolizando en su beneficio funciones que corresponden a los individuos y a la comunidad civil. A los indígenas no se les reconocía ningún derecho. A cambio los países colonizadores prometían su “conservación, mejorar sus condiciones de vida morales y materiales, y luchar contra la esclavitud, en especial contra la trata de esclavos”.
A finales del siglo XIX corresponde el auge de los nacionalismos y la creación de los grandes imperios de Inglaterra, Francia, Alemania, Italia y Rusia. Estas naciones basarán su grandeza en mantener una competición colonial y en este sentido las teorías racistas justificarán muy bien las ambiciones políticas y estratégicas, para mantener el dominio y el control de los pueblos de África, Asia y el Pacífico.

“La afirmación de que era deseable que los hombres dominasen la naturaleza, y que los europeos eran quienes estaban mejor armados científicamente… para ello inspiró a numerosos autores la convicción de que era el destino y el deber de los europeos tomar en sus manos las regiones ocupadas por pueblos menos avanzados… La demanda creciente de materias primas por las zonas industrializadas de Europa y América del Norte se convirtió en una de las racionalidades que se invocaron con más frecuencia para justificar la expansión imperialista en África, en el sureste asiático e incluso en zonas tan pobladas y cultivadas como China”. Perrin. Le culte du moi. 1888

Para justificar la presencia colonial en el continente africano se esgrimieron crueles argumentos como que eran infantiles, indolentes y perezosos. Esta pereza se llegó a decir que era innata y exclusiva de la raza negra. Así lo expresaba un observador europeo de inicios del s. XIX:

“Dotado con un descuido que es totalmente único, con una agilidad, indolencia y pereza extremas, y una gran sobriedad, el negro vive en su suelo nativo, en la apatía más dulce, inconsciente a la necesidad o al dolor o a la privación, no es atormentado ni por las preocupaciones de la ambición, ni por el ardor devorador del deseo. Para él los artículos necesarios e indispensables para la vida se reducen a un número muy pequeño; y esas necesidades sin fin, que atormentan a los europeos, no son conocidas entre los negros del África”. (Pieterse. 1992)

Era una reformulación del famoso mito rusoniano del “buen salvaje”, salvo que la falta de espíritu emprendedor era inadmisible para el burgués europeo. La indolencia y la pereza del negro lo inhabilitaban históricamente para desarrollar cualquier civilización. Quizás algún negro podría ser civilizado pero, en palabra de Madison Grant, este proceso debía de imponerse desde fuera ya que el negro no poseía ese “impulso propio”.

“Siempre que la iniciativa para imitar a la raza dominante desaparece, el negro, o lo que para esta cuestión es lo mismo, el indio, revierten rápidamente a su grado ancestral de cultura. En otras palabras, es el individuo y no la raza la que es afectada por la religión, la educación y el ejemplo. Los negros han demostrado a través del tiempo que son una especie estacionaria, y que no poseen desde dentro la potencialidad de progreso o iniciativa. El progreso derivado de un impulso propio no debe ser confundido con la mímica o con el progreso impuesto desde afuera por la presión social, o por el látigo de los esclavistas”. (Grant, 1916)

La pensadora alemana Hannah Arendt (1906-1975), afirma que el imperialismo que estaban llevando a cabo las grandes potencias europeas necesitó inventar el racismo como la única explicación posible y la única excusa para su comportamiento criminal.

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